Sentaos alrededor del fuego chicos, tomad una cerveza y acomodáos, pues os voy a contar una gran historia.
Esta historia no es sobre archimagos capaces de convocar a los elementos a voluntad, o héroes que rescatan princesas a diario.
Esta es una historia de superación, de proezas, pero sobre todo, de goblins.
Nos encontramos en las colinas de GrogNak, al norte de las tierras del Señor Orco Grum'Nash. Allí encontramos una pequeña aldea goblin llamada AkinoTasTu.
En esta aldea encontramos a nuestro... sí, podemos considerarlo nuestro héroe particular. Un pequeño goblin color tierra con los ojos rojos como la sangre llamado Ark.
He de deciros, chicos, que en la mitología goblin, los colores de los ojos no influyen para nada, pero en la mitología orca, los ojos rojos implican vida de servitud y fuerza, lo cual es bastante probable que lleve a una cruel muerte en batalla al poseedor de estos ojos (como la mayoría de los colores en la mitología orca)
Cuando aun no era más que un niño, los padres de Ark fueron mandados a una guerra por los derechos de las tierras del Sur, algo muy común en la época. Grum'Nash reclutaba al día cientos de goblin que daban su vida orgullosos por los mejores pantanos de la zona.
Pero Ark no quería correr el mismo riesgo que sus padres, amigos y hermanos. Así que decidió entrenar sus artes de combate. Desde pequeño, ya entrenaba con las ramas rotas de los árboles, a modo de espada.
Tras varias semanas de entrenamiento, ya era capaz de lanzar dos estocadas seguidas sin caer, y no solía equivocarse de mano al coger la espada. Había nacido para ello.
Una vez se volvió un maestro de la espada (cuentan las leyendas que consiguió matar a un conejo, que estaba encerrado en una jaula) decidió explorar nuevos campos, así que ató una piedra al final de un palo y comenzó a entrenar con la maza.
Fue una semana triste en GrogNak. Cuatro goblins murieron mientras él entrenaba, al no poder controlar tan poderosa arma, y dos casa fueron destruidas hasta los cimientos. Juró no volver a agarrar ese arma demoníaca.
Cuando llegó su hora, agarró las mejores cortezas de los árboles de los alrededores y se confeccionó la armadura goblin más fuerte que nadie jamás había visto por aquellas tierras. Cogió su espada y marchó a la batalla.
Pasaron semanas, meses, sin que nadie supiese de Ark. Pero un día volvió. ¡Ark estaba vivo! Morir en la batalla era algo glorioso, pero sobrevivir a una era algo prácticamente imposible. La mayoría perecían en el camino, comiendo alguna baya venenosa (o no) o por ataques de animales salvajes, como águilas, perros o serpientes. Pero él había vuelto. Y con un nombre. Ark, el no-tan-débil
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